Si hay una actividad doméstica que detesto de todo corazón, es poner la lavadora.
No sé, debe ser lo más parecido a ver una ópera sin que te guste la ópera. Primer acto: meter la ropa sucia en el bombo, segundo acto: sacar y tender la ropa mojada, tercer acto: recoger la ropa haciendo dos montoncitos, el que es para planchar y el de la ropa que definitivamente te pondrás arrugada solo por no tener que planchar, y cuatro y último acto: devolver la ropa a los lugares de los que incialmente salío: comoda y armario de tu habitación.
Una actividad agónica, larga y tediosa cuya recompensa es escasa y sobre todo, corta en el tiempo, porque, atención madres primerizas, si aun no lo habeis hecho, cómpraros un traje de buzo, chubasquero o túnica porque el regurgite puede llegar cuando menos y a donde menos os lo esperéis. Así que a mi juicio, poner la lavadora es lo más parecido a un castigo divino; un bucle espacio temporal que nunca se interrumpe y que a medida que va aumentando la familia, aumenta su frecuencia y carga.
El caso es que el otro día, leyendo uno de esos libros telegráficos que he de leer desde que soy mamá y ya que no tengo ni la vigilia suficiente ni el humor necesario para mantener mi atención en una novela, me sorprendí con un capítulo dedicado a explicar las lindezas que este electrodoméstico, la lavadora, ha supuesto en la independencia de las mujeres, en su intento de igualación con el hombre y en la historia del feminismo en general.
El libro en cuestión es el muy, pero que muy recomendable: 23 cosas que no te cuentan sobre el capitalismo (ed. Debate); obra de divulgación del economista Ha- Joon Chang que trata de poner en claro los argumentos que los defensores del libre-mercado nos tratan de colar. El objetivo, como el propio autor explica en el prólogo, que sepamos que nos la están dando con queso porque, aunque para él no existe mejor sistema económico que el capitalismo, en nombre del libre mercado se han hecho y continúan haciendo grandes fechorías que, amparadas en eso de que el común de los mortales no sabemos de finanzas o economía, se dan por inevitables. Y no es así. Al menos eso es lo que trata de demostrar Chang. Una de ellas, el capitulo que voy a reseñar a continuación titulado «La lavadora ha cambiado más el mundo que Internet»
Y es que una de las creencias que mayor incidencia está teniendo en la economía actual es la supuesta «revolución de las tecnologías de la comunicación». Las famosas TIC, que según nos dicen expertos, analistas, empresarios y políticos, suponen un antes y un después en el desarrollo humano, algo en apariencia incontestable pero ¿suficiente para revolucionar el mundo? ¿suficiente para cambiarlo? Según los defensores del libremercado, sí. Su desarrollo ha logrado la globalización, es decir, que las fronteras se difuminen, que la presencialidad no sea necesaria, por lo que- y eso es lo que nos cuentan- hay que adaptarse al nuevo escenario y borrar otro tipo de limites… los del mercado, claro. Sin embargo, Ha- Joon Chang no lo tiene tan claro y de ahí el titulo del capítulo.
Dice este economista que los efectos economicos y sociales del desarrollo de estas tecnologías en los procesos productivos no es que se estén sintiendo mucho, mientras que un avance como el de la lavadora o la aparición de otros electrodomésticos sí que supuso toda una revolución en nuestra organización como comunidad, ya que al reducirse enormemente el trabajo doméstico, las mujeres pudieron incorporarse al mercado laboral; una mayor participación que elevó su status dentro y fuera de la casa , lo que tambien ayudó a reducir la preferencia por los hijos varones y aumentar la inversion en la educación femenina, lo que a su vez volvió a aumentar la participación de la mujer en el mercado laboral…
Y no, Chang no se olvida de todo lo demás. Ni de las feministas, ni de la píldora, ni de la presion social, ni de las revueltas ni de otros avances que colaboraron y trabajaron por la igualdad. Simplemente recuerda que el ahorro de horas invertidas en los trabajos domésticos ( según un estudio de la US Rural Electrification Authory, de 4 horas a 41 minutos solo en el proceso de lavar la ropa y de 4,5 horas a 1,74 en planchar con una plancha eléctrica) logró un nuevo destino para ese tiempo , y recuerda que «el grado de globalización ( es decir, de apertura nacional) no lo determina la tecnología, sino la política»
Así que desde que leí el capitulo miro de reojo la lavadora, mi particular piedra de Sísifo, en la despensa y pienso lo injusta que he sido todos estos años con ella. Espero que no me guarde rencor, que mañana toca hacer colada.
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